Un buen olfato
Nos confiesa que de bien pequeña ya tenía olfato. Olfato y no rebeldía, aunque su madre se pensaba que su niña no quería comerse el lomo de cerdo que le cocinaba para cenar por mero capricho. -“Olía a lejía”, le replicaba… Ante su negativa, un día se percató que aquel cerdo que compraba en la carnicería, uno que era más barato, no había sido castrado por lo que el animal tenía una hormona que le daba un sabor mucho más fuerte a la carne.
Asignatura pendiente
A lo largo de su carrera meteórica en el mundo de la cata, ha podido constatar que el olfato se educa. De hecho, su vocación, cuando estudió para sommelier era universalizar la enseñanza de la cata. “Cuando yo empecé a estudiar en el 94 la cata de vinos era sólo cosa de hombres, en un ambiente elitista y cerrado”, nos cuenta. Y va más allá; el análisis sensorial está descuidado en las escuelas. Nuestros hijos deberían tener asignaturas de nutrición de mucho más calado.